Rabota es una serie de cuentos-meditaciones escritos por Armando Landa. Con ellos entra a la tierra fusión del lenguaje vulgar-coloquial, de arrabales y templos vacíos y de los conceptos filosóficos universales, especie de aguas mansas en las que el escritor sumerge su cabeza para salvarse a sí mismo de los arquetipos nacionales que le persiguen como una cauda de penitentes. Otros escritores cubanos han transitado ya por este camino, difícil pero necesario, para desmitificar al gran mito nacional de la vivencia oblicua del falso paraíso. Sus personajes no son personajes de papel y tinta, ellos pertenecen al grupo humano del conglomerado torcido hispanonegroide fruto de la síntesis de varios siglos de apaleamiento social y político. Especie de masa turbulentamente tóxica y llena de impurezas que alcanzó su máximo nivel de fermentación tras el fracaso del proyecto - dilatado de los últimos sesenta años- social y económico de la isla de Cuba. Desde el inicio las cosas comienzan a complicarse para el lector ajeno a ese fenómeno apabullante que es la sociedad cubana del siglo XXI. Comenzando con el título del libro: Rabota, palabra del ruso de dos significados (trabajo y puesto de trabajo) y los experimentos del lenguaje donde sin tapujos el autor utiliza las palabras obscenas para entrar a martillarnos la inteligencia con una trama de órdenes cósmicas que nos hace hundirnos en el mundo de lo grotesco y lo impúdico, pero con una sublime paráfrasis poética que nos indica que no todo está perdido para aquellos que escribiendo como Landa se auto engendran o deben volver a nacer en el mismo cuerpo, pero no en el mismo país que les toco abrir los ojos. Es por ello que en uno de los cuentos más auto hirientes de este libro, especie de bucólica autobiografía dice: Yo Armando Landa Vázquez hijo de un muerto y de una muerta, soy potencialmente un muerto. Por ello el vicerrector o el rector de los insurrectos de la resurrección nos dijo en el instituto, - desde hoy síganme, o en su lugar, entierren a sus muertos. Desde entonces esperamos al enemigo, cavamos una trinchera, y nos dieron una pala de infantería absolutamente necesaria para enterrarnos mientras llegan. Para terminar con un rayo fulminante que destroza a todos: Y tiraron buzos al agua. Y al encontrarme ahogado de terror solo por el susto de la oveja extraviada me obligaron a escribir mil veces: No debo separarme de mis compañeros. Todavía escribo en ese papel de la niñez pero son los compañeros los que me han ido subrepticiamente perdiendo, esto debe ser otro castigo o el silencio de dios ante sus extrañas creaciones. ¿Será Armando Landa la reencarnación de Tiresias, el adivino, mirando en las entrañas enmarañadas de una paloma blanca las señales de un tiempo de paciencia ambigua? Voy a desear a gritos estar muerto y enterrado, porque el saber se tornará amargo y la alegría oscura.
Eduardo René Casanova Ealo
Editorial Primigenios